Cuando las pautas de crianza no funcionan
Fina Marín
Niños y niñas con historias de adversidad
Las experiencias adversas en la primera infancia, sobre todo cuando éstas duraron largos períodos, pueden provocar secuelas en el desarrollo general, cognitivo y socioemocional, así como en la salud general infantil y adolescente. Fomentan además el aumento de comportamientos no saludables como el consumo de alcohol y drogas, el sexo sin protección y otras conductas de riesgo en la adolescencia.
Ahora bien, la gran diversidad de situaciones y experiencias de adversidad temprana que niños y niñas han experimentado hace necesario alejarse de las etiquetas que pueden llevar a pensar que todos tienen las mismas características.
Bajo esa denominación unitaria de adopción y acogimiento familiar se encuentra una gran diversidad de características personales y de trayectorias vitales.
Sería absolutamente erróneo tratar a los niños, niñas y adolescentes adoptados o acogidos como si fueran un grupo homogéneo. Tanto la adopción como el acogimiento familiar
no son una patología y para la mayoría de las familias conllevan experiencias muy satisfactorias, aunque en ocasiones, antes situaciones muy difíciles, se sientan al límite y se cuestionen su decisión.
Sin embargo, no podemos obviar que hay niños, niñas y adolescentes cuyo daño es tan profundo que requieren unas actuaciones muy específicas y especializadas (Palacios, J. 2022). Se enfrentan en su desarrollo psíquico con desafíos que pueden manifestar a través de conductas violentas, en un mayor descontrol y rabia, dando lugar a situaciones de riesgo personal y familiar.
Comportamientos violentos o abusivos
El comportamiento de un niño, niña o adolescente debería considerarse violento o abusivo si los progenitores se sienten controlados, intimidados o amenazados por él o ella. Si los progenitores piensan que deben adaptar su propio comportamiento a causa de amenazas, maltrato o violencia, nos encontramos ante un caso de violencia filio-parental (Declan Coogan y Eileen Lauster, NUI Galway, 2015).
En la mayoría de las ocasiones la agresividad es una manifestación de miedo y del sufrimiento que arrastran desde sus primeros años de vida. Son niños, niñas y adolescentes profundamente dañados, sin ninguna experiencia afectiva próxima, que necesitan expresar el dolor asociado a sus abandonos tempranos, maltratos e institucionalización. Estos problemas de comportamiento pueden desembocar en un drama para el que no están preparados.
Qué ocurre cuando las experiencias son adversas, esto es, cuando el niño o niña ha vivido de una manera continuada e intensa en el tiempo el abandono, la negligencia o el terror.
En estas situaciones de maltrato se desregulan lo sistemas neuropsicológicos emocionales, conductuales y relacionales y se ponen en marcha unas cascadas evolutivas de perturbación (Palacios, J., 2022).
Si hay una historia de pérdidas y traumas, el desarrollo de estos niños, niñas y adolescentes, como el resultado de un proceso de aprendizaje, podría explicar estos patrones y estrategias de conducta que pueden ser modificados.
Entre las principales características de adolescentes que ejercen esta violencia cabría destacar la baja empatía, la elevada impulsividad y la escasa tolerancia a la frustración, a los que se suma su baja autoestima, baja satisfacción con la vida, el malestar psicológico y la dificultad para expresar emociones o interactuar emocionalmente (Martínez, M.L.; Estévez, E.; Jiménez, T; Velilla, C., 2015).
Reparación terapéutica
Cómo tratar a los niños, las niñas y adolescentes adoptados o acogidos que se comportan de un modo diferente y que resultan extremadamente difíciles. No se adaptan a las expectativas de su entorno social (familia, escuela, etc.) y no reaccionan a las medidas educativas.
Es necesario conectar con sus dificultades para entender por qué actúan de ese modo, ponerse en la piel de niños y niñas que tienen a veces comportamientos difíciles, que deben ser comprendidos en el contexto de esas experiencias adversas previas. Comprender que sus apegos o vinculaciones están dañados y necesitan ser reparados.
Los hijos o hijas que son capaces de disociar sentimientos dolorosos no sienten miedo de lo que se espera si no obedecen (Rech-Simon,Ch.; Simon, F.B., 2013) y las familias necesitan cambiar la mirada y la forma de actuar cuando todos los castigos y medidas disciplinarias no funcionan. Y aunque la desesperación, la fuerte carga emocional y las dudas pueda acompañar a estos padre y madres en las peores etapas de sus hijos o hijas, es importante no darse por vencidos y no perder la confianza en que todo puede mejorar.
La reparación terapéutica, como señala Jesús Palacios, implica convertir el círculo vicioso que mantiene e intensifica los problemas en un círculo virtuoso que fomenta la salud emocional.
Es decir, ante determinadas conductas del niño o la niña (desobedece, reta, miente, insulta, agrede) la persona adulta debe cambiar los sentimientos que le genera estos comportamientos y la interpretación que hace de ellos. Reconocer que el niño o niña está sufriendo y actuar de forma diferente. A su vez, esta nueva forma de comportarse de la persona adulta origina nuevos pensamientos y sentimientos y desencadena cambios en el niño o niña.
Actuar correctamente ante situaciones difíciles es complicado, pero romper con la cadena de violencia modifica el comportamiento agresivo por medio del aprendizaje de nuevos repertorios que son incompatibles con la agresión.
Resistencia pacífica y nueva autoridad
Aunque no hay recetas mágicas sobre qué hacer ante estas dificultades, la resistencia pacífica ayuda a no perder el control y romper con los hábitos de escalada de violencia que hemos desarrollado los padres y las madres.
Precisamente este espacio está dirigido a aquellos padres y madres adoptivos o acogedores que se encuentran perdidos en la crianza de sus hijos o hijas, a los que nos les sirven los modelos de educación estandarizados. Trata de dar a conocer estrategias de modelos como la Resistencia No Violenta o resistencia pacífica, creado por Haim Omer, cuyo objetivo es restaurar la autoridad parental dañada o modificarla por medios estrictamente no violentos y positivos, en contraste con un modelo tradicional basado en la distancia, control rígido y el establecimiento de jerarquías estrictas.
Supone evitar a toda costa la violencia física o verbal e implica luchar para obtener un poder legítimo sin dañar o herir ni física ni emocionalmente.
Se combate sin violencia y con respeto con un mensaje que afianza el amor y la preocupación y la decisión de no abandonar, ni renunciar, ni desamparar al hijo o hija (Múgica, J., 2019).
Como nos recuerda José A. Giménez Alvira «esto tiene solución, aunque sea a muy largo plazo. Nuestro hijo es hoy una persona feliz, a pesar de todo lo que hacía y de los malos augurios de las personas de nuestro entorno más cercano«. Todo dependerá de nuestra paciencia, nuestro empuje, de la red de apoyo social y, en los casos en que sea necesario, de intervenciones terapéuticas específicas.
Comunicación no violenta
Gestionar los conflictos y dificultades con los hijos e hijas de forma diferente mejora la convivencia y la comunicación familiar. En este espacio incluimos además otras propuestas de actuación como la Comunicación No Violenta. Este modelo fue desarrollado por Marshall Rosenberg y está dirigido a ayudar a las personas a intercambiar la información necesaria para resolver conflictos, desavenencias y desacuerdos de manera pacífica.
Lo importantes es saber cómo comunicar lo que piensas, lo que sientes y lo que necesitas y entender también lo que la otra parte piensa, siente y necesita.
Para evitar los conflictos se trata de eliminar de nuestro lenguaje la culpa, la vergüenza y el juicio.
El modelo se fundamenta en la observación, expresar e identificar mis emociones y entender preguntar e indagar sobre las emociones de la persona con la que estamos hablando. Identificar y expresar mis necesidades e indagar sobre las necesidades de la otra persona y, por último, hacer propuestas que nos lleven a un punto de encuentro.
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